Quienes practicamos el Reiki nos vemos, casi a diario, en la situación de explicar en qué consiste esta terapia. Y debemos hacerlo con un lenguaje llano, sin apelar a conceptos enmarañados ni a frases estridentes.
Este desafío me ha llevado a intentar una aproximación, a través de un sencillo ejemplo, que puede ser ilustrativo de la técnica que se utiliza para su aplicación. Imagine usted –suelo decir a quienes se acercan a mi consulta- que tiene un corte de luz en su casa. Lo primero que hará alguien que entienda de electricidad será encontrar en qué lugar del circuito se ha producido una interrupción, para proceder a reconectarlo y que el fluido eléctrico vuela a circular, para que vuelva a tener luz en su casa.
De eso, y apelando a una manera muy coloquial de explicarlo, se trata el Reiki. De recomponer el circuito energético de una persona, que por algún motivo se ha interrumpido o se ha desequilibrado, produciendo al paciente dolores, enfermedades o situaciones de tensión o estrés.
El Reiki equilibra todas las energías corporales, y libera la energía bloqueada en todo el cuerpo, promoviendo un estado de relajamiento total, paz interior y limpiando el cuerpo de toxinas.
La forma de hacerlo es a través de la imposición de manos en puntos estratégicos del cuerpo, denominados chakras. Las manos sirven de transmisoras de esa energía que se ha interrumpido, para recomponer el circuito del cuerpo, logrando una armonía y una estabilidad física y emocional. De la misma manera que un puente recompone el tránsito entre dos puntos de la carretera, o un artilugio posibilita que la energía eléctrica vuelva a circular.
Si un paciente sufre de dolores en la zona de su garganta, o de su cuello, las manos del reikista transmitirán la energía a esa zona, liberando al paciente de su dolencia por medio del re-equilibrio de su circuito energético.
Es necesario, desde mi punto de vista, alejar la creencia de que el Reiki está asociado a un proceso mágico, a una fuerza superior que nos libra de las dolencias y nos cura de las enfermedades. Nada de eso. El Reiki es una terapia, que tiene una técnica determinada, y que nada tiene que ver con lo místico o lo sobrenatural. Es algo concreto, perfectamente explicable desde lo técnico y lo físico.
El Reiki (de Rei, universal y Ki, energía vital) puede tener una aplicación específica –para dolencias puntuales- o general.
De acuerdo con mi experiencia, podríamos considerar que la energía que utiliza el Reiki es comparable con las agujas del acupunturista, que estimula ciertos puntos nerviosos del cuerpo utilizando microscópicas agujas. O a la presión de los dedos de quien practica el shiatsu, que busca la liberación de endorfinas para aliviar una patología puntual. Todas con el objetivo de lograr el bienestar en todos los niveles: físico, mental y emocional.
El Reiki, además, es perfectamente compatible con cualquier tratamiento médico de tipo convencional, actuando como complemento y no como sustitución del mismo. Por estas características, esta terapia es reconocida por la Organización Mundial de la Salud.
Por otra parte, se puede combinar con otras técnicas alternativas, como la acupuntura, el shiatsu o la reflexología.
Aunque, para ser sincera, el tratamiento que me ha llevado a tener una infinita consideración por esta terapia es la que se está aplicando a enfermos de cáncer. Una práctica que hoy se ha institucionalizado, al punto de que varios hospitales públicos de España, Israel, Francia, Inglaterra o Estados Unidos cuentan con equipos de reikistas, que sirven como complemento en unidades oncológicas.
El objetivo del Reiki en un enfermo oncológico, no es eliminar el cáncer, sino lograr el equilibrio necesario en el paciente para que pueda obtener la fortaleza que le permita sobrellevar su tratamiento de quimioterapia.
Considero que las enfermedades también tienen un componente emocional, producidas por un desequilibrio del ser. Y la experiencia me ha demostrado que, para obtener una solución, de ser posible definitiva, debe abordarse al hombre en todos su aspectos; psicólogico, fisiológico y social, a fin de indagar en su origen y no solo combatir el síntoma.
Si atendemos sólo a la cuestión físico-patológica, y obviamos o descuidamos el apoyo psíquico-emocional, al tratamiento le estaría faltando algo; sería como una silla a la que le falta una pata. Esa pata podría ser el Reiki o la terapia alternativa que más se ajuste a su caso.
Debido a la divulgación y eficacia comprobada de estas terapias, se están integrando al sistema médico tradicional, están conviviendo con él, y lo están complementando. La práctica y la experiencia, al igual que la globalización, están uniendo a Oriente y a Occidente, a la alopatía con la homeopatía.
Este concepto, el de la complementariedad, lo han comprendido de manera envidiable los chinos, quienes han sumado la medicina más moderna y convencional a su ya legendaria medicina tradicional.
El mundo va evolucionando, y permanentemente surgen nuevas posibilidades de mejorar la calidad de vida de las personas. Pero debemos ser lo suficientemente amplios y humildes como para reconocer en otras terapias elementos positivos y curativos, evitando egoísmos e inútiles competencias.
Deberíamos, desde una posición abierta y sin prejuicios, pensar en que juntos podemos ser más eficientes; en que otras prácticas pueden complementar o ayudar a la que yo practico, y que tal vez haya en ella cosas positivas para aprovechar.
El camino es, por lo tanto, la convivencia, la complementariedad, la colaboración, la maximización de recursos y posibilidades, pensando siempre –y por sobre todas las cosas- en el objetivo último y final de toda terapia: el bienestar del ser humano.
Este desafío me ha llevado a intentar una aproximación, a través de un sencillo ejemplo, que puede ser ilustrativo de la técnica que se utiliza para su aplicación. Imagine usted –suelo decir a quienes se acercan a mi consulta- que tiene un corte de luz en su casa. Lo primero que hará alguien que entienda de electricidad será encontrar en qué lugar del circuito se ha producido una interrupción, para proceder a reconectarlo y que el fluido eléctrico vuela a circular, para que vuelva a tener luz en su casa.
De eso, y apelando a una manera muy coloquial de explicarlo, se trata el Reiki. De recomponer el circuito energético de una persona, que por algún motivo se ha interrumpido o se ha desequilibrado, produciendo al paciente dolores, enfermedades o situaciones de tensión o estrés.
El Reiki equilibra todas las energías corporales, y libera la energía bloqueada en todo el cuerpo, promoviendo un estado de relajamiento total, paz interior y limpiando el cuerpo de toxinas.
La forma de hacerlo es a través de la imposición de manos en puntos estratégicos del cuerpo, denominados chakras. Las manos sirven de transmisoras de esa energía que se ha interrumpido, para recomponer el circuito del cuerpo, logrando una armonía y una estabilidad física y emocional. De la misma manera que un puente recompone el tránsito entre dos puntos de la carretera, o un artilugio posibilita que la energía eléctrica vuelva a circular.
Si un paciente sufre de dolores en la zona de su garganta, o de su cuello, las manos del reikista transmitirán la energía a esa zona, liberando al paciente de su dolencia por medio del re-equilibrio de su circuito energético.
Es necesario, desde mi punto de vista, alejar la creencia de que el Reiki está asociado a un proceso mágico, a una fuerza superior que nos libra de las dolencias y nos cura de las enfermedades. Nada de eso. El Reiki es una terapia, que tiene una técnica determinada, y que nada tiene que ver con lo místico o lo sobrenatural. Es algo concreto, perfectamente explicable desde lo técnico y lo físico.
El Reiki (de Rei, universal y Ki, energía vital) puede tener una aplicación específica –para dolencias puntuales- o general.
De acuerdo con mi experiencia, podríamos considerar que la energía que utiliza el Reiki es comparable con las agujas del acupunturista, que estimula ciertos puntos nerviosos del cuerpo utilizando microscópicas agujas. O a la presión de los dedos de quien practica el shiatsu, que busca la liberación de endorfinas para aliviar una patología puntual. Todas con el objetivo de lograr el bienestar en todos los niveles: físico, mental y emocional.
El Reiki, además, es perfectamente compatible con cualquier tratamiento médico de tipo convencional, actuando como complemento y no como sustitución del mismo. Por estas características, esta terapia es reconocida por la Organización Mundial de la Salud.
Por otra parte, se puede combinar con otras técnicas alternativas, como la acupuntura, el shiatsu o la reflexología.
Aunque, para ser sincera, el tratamiento que me ha llevado a tener una infinita consideración por esta terapia es la que se está aplicando a enfermos de cáncer. Una práctica que hoy se ha institucionalizado, al punto de que varios hospitales públicos de España, Israel, Francia, Inglaterra o Estados Unidos cuentan con equipos de reikistas, que sirven como complemento en unidades oncológicas.
El objetivo del Reiki en un enfermo oncológico, no es eliminar el cáncer, sino lograr el equilibrio necesario en el paciente para que pueda obtener la fortaleza que le permita sobrellevar su tratamiento de quimioterapia.
Considero que las enfermedades también tienen un componente emocional, producidas por un desequilibrio del ser. Y la experiencia me ha demostrado que, para obtener una solución, de ser posible definitiva, debe abordarse al hombre en todos su aspectos; psicólogico, fisiológico y social, a fin de indagar en su origen y no solo combatir el síntoma.
Si atendemos sólo a la cuestión físico-patológica, y obviamos o descuidamos el apoyo psíquico-emocional, al tratamiento le estaría faltando algo; sería como una silla a la que le falta una pata. Esa pata podría ser el Reiki o la terapia alternativa que más se ajuste a su caso.
Debido a la divulgación y eficacia comprobada de estas terapias, se están integrando al sistema médico tradicional, están conviviendo con él, y lo están complementando. La práctica y la experiencia, al igual que la globalización, están uniendo a Oriente y a Occidente, a la alopatía con la homeopatía.
Este concepto, el de la complementariedad, lo han comprendido de manera envidiable los chinos, quienes han sumado la medicina más moderna y convencional a su ya legendaria medicina tradicional.
El mundo va evolucionando, y permanentemente surgen nuevas posibilidades de mejorar la calidad de vida de las personas. Pero debemos ser lo suficientemente amplios y humildes como para reconocer en otras terapias elementos positivos y curativos, evitando egoísmos e inútiles competencias.
Deberíamos, desde una posición abierta y sin prejuicios, pensar en que juntos podemos ser más eficientes; en que otras prácticas pueden complementar o ayudar a la que yo practico, y que tal vez haya en ella cosas positivas para aprovechar.
El camino es, por lo tanto, la convivencia, la complementariedad, la colaboración, la maximización de recursos y posibilidades, pensando siempre –y por sobre todas las cosas- en el objetivo último y final de toda terapia: el bienestar del ser humano.